Manual de bruja
Elena Daría Corvín escribe a su familia. Durante largos periodos de su vida, sin cesar, con una absoluta coherencia, narra una historia de dolor y transformación.
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¿Quién es Leda Corvín?
A Elena Daría Corvín la llamaban Leda, aunque durante muchos años la llamaron bruja. Nació en Barcelona a finales de los cincuenta. Viajó y escribió. Nunca paró de viajar y escribir. Su historia es amarga, incómoda, pero esperanzadora.
La imaginación como salvaguarda, una historia rescatada con el mismo dolor, después de años.
¿Cartas?
Sí, son las cartas originales, casi doscientas. Reorganizadas, estudiadas, y editadas. Pero respetando su formato estético.
Un trabajo de edición que ha durado varios años. Y cuando pensábamos que sería imposible, una última carta nos abrió los ojos, como el deslumbrar del sol de una mañana de verano.
¿Por qué?
Vivimos en una época saturada de información. Queremos recordar tiempos tranquilos, queremos emanciparnos del ruido con un proceso de introspección.
La carta (y recibirla cuando menos la esperas) es algo tan íntimo como revelador. Queremos brindaros la experiencia tal y como la vivieron los destinatarios originales. Porque esto es una historia real. También es un ancla en el tiempo. Y un viaje.

¿Cómo se rescatan las cartas?
La hija de Elena Daría Corvín encuentra las cartas en la casa de su familia. Leda (como siempre la llamaron) falleció en 2019. Algunas de las cartas estaban por abrir cuando su hija las encontró. Le pregunté por qué creía que se mantuvieron cerradas tanto tiempo (la última carta es de finales de los noventa) —seguramente fue cuando murió mi abuela, creo que mi madre tardó un par de meses en enterarse; ella siguió escribiendo desde sus viajes—. Y es que Leda viajó, y narró sus viajes, pero no solamente sus viajes. Las cartas son una obra viva, misteriosa y, a veces, fantasmagórica. Son cartas que pesan, que respiran —muchas veces he pensado que eran un puzle para llegar a mi madre, que esas cartas que parecen relatos son una puerta—. Su hija me lo dice con lágrimas en los ojos.

¿Esperanza?
En una de esas cartas, Leda habla de mantenerse a flote, de agarrarse a una cuerda e intentar zafarse de las olas. También habla de la fuerza, lo hace como si fuera una extensión invisible de nuestros cuerpos, que muchas veces dejamos de ver, o de mirar, incluso de observar, y lo dice de ese mismo modo, que esa fuerza debe observarse constantemente. Cuando lo leí por primera vez sentí el temor que podría sentir un niño que se ha soltado de la mano de su madre. Un temor que se parece al vértigo. Cuando lo volví a leer entendí que ese temor forma parte de la fuerza de la que tanto habla, la alimenta. Ella escribe que es fácil olvidarse de esto, y que cuando nos olvidamos es que dejamos de flotar, y nos hundimos. Yo me pregunto si se trata del miedo, pero después comprendo que en verdad, lo que está intentando describir es el sentido más puro de la esperanza; esa que está justo ahí, cuando el niño se reencuentra con la mano de su madre.
